viernes, 26 de marzo de 2010

Dios por las calles de Buenos Aires


De niña tuve fe en ese dios del que hablan hasta el cansancio los libros de catequesis. Un padre aún más poderoso que mi padre. Alguien que me concedería cualquier deseo si yo demostraba tener un corazón puro. La imagen fue muy efectiva hasta que mi abuela enfermó. Esa noche recé treinta avemarías y unos cuantos padrenuestros. Lo hice porque pensaba que eso era suficiente para curarla. Ella murió al otro día y entonces me di cuenta que ese dios que me habían dibujado en la pizarra del salón de clases ya no me servía. Lo abandoné. La breve temporada de ateísmo duró hasta los 17 años. Estaba en el último mes de estudios, llena de incertidumbre porque no sabía qué profesión elegir y porque básicamente me odiaba. Esta vez dios era un ser mentalmente enfermo. Un señor severo que me sometía a pruebas por cualquier motivo. Me sentía una elegida. Casi como si fuese la descendiente directa de Sor Juana Inés de la Cruz. El fervor murió pronto, junto con un amigo y un amor. Desde entonces dios ha desaparecido y no lo extraño. Ahora todo me resulta más simple sin él. Me pregunto dónde estará. Seguramente vagará por las calles de Buenos Aires sin saber que es dios. O, sabiéndolo, se habrá refugiado en los pasillos de una iglesia de madera que está a punto de ser consumida por las llamas.
A.

3 comentarios:

  1. ahh quien sabe... yo me crié en el ateísmo total, pero la vida me regaló algunos milagros inexplicables.. quien sabe quien sabe...

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  2. Si la vida te regaló algunos milagros Lucía deberías decir, como Violeta Parra, gracias a la vida. Si hubiera un dios que nos cuidase como un padre (y encima nos prodigara milagros de vez en cuando) el mundo no sería lo que es. Pero es, finalmente, una cuestión de palabras. En vez de gracias a dios decimos gracias a la vida y todos felices. Aparte de este diálogo personal quería decir que me gustó el post.
    Manuel E.

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  3. Se cree mas en los milagros a la hora del entierro, dice Baglietto y yo que aprendí a andar sin dios, no dejo -de vez en cuando- de levantar mi cabeza hacia arriba buscando no se que...

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