miércoles, 24 de marzo de 2010

Las pastillas del abuelo



Me dicen en la farmacia que el 40 por ciento de todas las pastillas consumidas en Buenos Aires son tranquilzantes. Rivotril, Alplax, Lexotanil, Valium. Ya podríamos decir que el cuerpo humano, urbano y contemporáneo se compone básicamente de calmantes. El resto es agua y se administra en vasos para facilitar un llenado veloz de los espacios conflictivos. La farmacología universal nos ha provisto con los estímulos necesarios para seguir viviendo a pleno. A la mañana nos saludamos con lexotanil y la sensación de placer es inmediata. Horas más tarde el efecto de la droga se amortigua y sobreviene como siempre la tristeza. En tales casos una buena dosis de antidepresivos es la solución ideal. La alegría se convierte en puro impulso y la vida adquiere el color claro e indeleble de las rosas sin perfume. A la tarde ya no recordamos ni cómo se llamaba nuestra primera novia. Y a la noche sólo pensamos en hacer el amor con la carne trémula y una bien dosificada mezcla de olvido y desesperación. Tampoco en este punto hay que preocuparse mucho. Si algo no está a la altura de las circunstancias un cóctel de sustancias de color azul hará que el estandarte no decaiga. Las drogas nuevas y viejas, las legales y las prohibidas, están al alcance de todos. Para amar, para odiar, para reír, para bailar, para dormir con el enemigo y despertar sin vomitar. Hay una pastilla para cada necesidad. Dejamos de buscar adentro lo que afuera se nos brinda procurando el bienestar. Y si aún así quedaran espacios sin cubrir, podemos leer Clarín al levantarnos y hacer zapping antes de dormir.
L.

3 comentarios:

  1. Una vez, cuando una amiga tenía ataques de pánico, me puse a pensar en esto de las pastillas. Lo mal que estamos, pensé.
    Si es como decís, evidentemente. Hay una pastilla para cada sensación y ocasión. Todo es más fácil si un día salimos al patio y vemos el sol, si el viaje no se suspende, si la ruta sigue armandose a nuestro antojo real..Siempre se puede volver a empezar, aún cuando todo terminó

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  2. Por suerte no necesito de ninguna de todas esas pastillas para nada.
    Beso, me hago besar, escucho Drexler, abrazo a mis amores, leo, laburo.
    A la noche apoyo la cabeza y duermo como una reina.
    Es más fácil de lo que parece. Pero cada día la hacemos más complicada y se hacen indispensables las muletas.
    Beso Luis.
    Claudia de Tea

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  3. Las pastillas hacen todo más fácil. Te quitan el dolor de cabeza, la ansiedad, el insomnio, la impotencia, el hambre... todo. Lástima que su efecto no es permanente y que de serlo conduciría a la muerte. Porque vivir es sufrir, querer, desear, no tener, añorar y, por qué no, llorar los domingos.

    Buen post.

    Raúl Guardiola

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