Mis alumnos

Mis nuevos alumnos de periodismo quieren saber por qué dejé el viejo periodismo. Con razón me preguntan por qué enseño algo que dejó de interesarme y, más aún, en el fondo rechazo. Huyo por la tangente y les digo que el tema es demasiado largo. Les advierto que puede enseñarse mejor desde lejos. Sólo podemos ver bien un cuadro, o una mujer, si tomamos distancia. Para conocer la calle donde vivo debo pensarla desde una ciudad remota. Si mi respuesta fuera que prefiero caminar por un bosque o que andar en bicicleta es mejor que escribir una cabeza de noticia, el tema no quedaría resuelto. Si les dijera que entre la ficción periodística y un cuento de Cortázar como El otro cielo prefiero a este último porque es ficción auténtica, porque encierra una verdad más profunda que la pirámide invertida y porque además es hermoso, tampoco entenderían. O sí. En nombre de la esquiva realidad los periodistas se eluden a sí mismos. Se niegan como personas. Se vuelven secos, indiferentes, amargados. Ven a los otros como personajes. Con frecuencia caen en el cinismo y dicen entender, por ejemplo, qué sueñan los chiitas en Irak. O pretenden organizar hasta los temas de conversación. Sigo prefiriendo el bosque, escuchar la música de Amélie, dar clases en donde sea desde una visión diferente (propia) y andar en bici, camino al río, en un viaje de esos que jamás se olvidan.

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