viernes, 12 de marzo de 2010

El club de corazones solitarios


Los socios del club de corazones solitarios deberían saber que abandonar la actividad social y deportiva puede costar más caro que la cuota mensual. Durante los últimos seis o siete años estuve llorando a una mujer que me dejó luego de vivir juntos una especie de sueño compartido. Al comienzo (y también al final) creímos que lo nuestro era amor. Suponíamos que estábamos viviendo lo que Deleuze consagró en su filosofía del acontecimiento. Pensábamos que habíamos llegado a un punto sin retorno. La vida conspiró (sin embargo) y el episodio se redujo a nada. Cada cual retornó a su cueva hasta reencontrar más tarde (en otras personas) gran parte del tesoro perdido. Recuerdo esa experiencia cada vez que veo el desmedido entusiasmo de hombres y mujeres por dejar la abstinencia y lograr una unión plena y duradera. ¿Para qué apurarse? Quizás convenga no abandonar del todo el club de corazones solitarios. Hay mucho que aprender en esa institución señera. Lo que deberíamos buscar (a lo sumo) es alguien que nos acompañe a estar solos. Los socios vitalicios saben de qué hablo. Aún felices y con perdices conviene tener (por si acaso) la cuota siempre al día.
L.

3 comentarios:

  1. Creo que con palabras sencillas se ha resumido un pensamiento profundo: deberíamos buscar a alguien que nos acompañe a estar solos. Encierra para mí esa línea el esencial respeto a la libertad del otro. Si encontrarlo es posible las perdices serán bienvenidas sino siempre habrá un club que nos reciba.
    Graciela

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  2. y creo que más aún,la aceptación de la incondicionalidad de la soledad ,nos llevaría hasta el club social y deportivo junto a alguien con quién reir.La mejor companía capaz de condicionar la soledad por un instante.

    MR G

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  3. Me encanta el blog, Luis. Me gustó mucho el texto de la chica del lavadero pero recién pude leerlo hoy. Desde la sencillez tenés la condición de abordar temas profundos logrando muchas veces líneas inmejorables que disparan dudas y nuevas miradas sobre lo que creíamos conocido.
    Graciela B.

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