Tengo por costumbre responder a todos los mails que recibo. Lo hago siempre y sin considerarme un genio por eso. Es un hábito adquirido como darle de comer al gato, regar las plantas o apagar las luces antes de salir. Pero no todos adoptan esa actitud. Diría que son cada vez menos los que lo hacen. El advenimiento de la tecnología digital abrió la extraordinaria posibilidad que tienen tanto el emisor como el receptor de cortar un diálogo en cualquier instante y de manera abrupta. Un mensaje profesional, de amor o de simple reciprocidad puede no ser atendido jamás. El silencio impuesto suele llevar al sujeto privado hasta de su categoría de interlocutor casual o momentáneo a hacer especulaciones no siempre certeras y (por lo general) paranoicas. Aún así resulta comprensible que quien ha sido negado interprete lo ocurrido como un portazo. Nunca en la historia fue tan fácil ejercer la indiferencia. Ignorar. Suprimir. Borrar. Podría suponerse que estoy exagerando. Es posible. Pero como es habitual en mí voy a llevar las cosas al extremo. Sospecho que los actos más atroces y violentos de aniquilación de personas y culturas consideradas raras, ajenas o enemigas no están demasiado alejados de una praxis tan moderna, simpática y accesible como la que aquí se describe. No responder a un mail es (apenas) el primer paso.
L.
El silencio abrupto en un diálogo es un acto muy agresivo. Perpetúa la angustia de quien esperaba una respuesta. No hay acto más impune y egoísta que ignorar a otra persona escudándose en la insensible naturaleza de lo virtual.
ResponderEliminarGloria D´Andreis
Estoy totalmente de acuerdo. Veo que sucede lo mismo con un llamado o un simple mensaje de texto (sé que odiás estos últimos, Luis). Las herramientas que utilizamos para comunicarnos nos terminan aislando cada vez más, tornan impersonal toda relación novedosa. No es nada nuevo esta sentencia, pero me sigue preocupando.
ResponderEliminarSaludos.
Diego S.
Delete, sí, borrar, a otra cosa mariposa. Las máquinas hablan con máquinas. Y nosotros tratamos de establecer algún lazo entre laptos y cepeus...
ResponderEliminarMarian
No estoy de acuerdo. O sí: el portazo también es una forma de respuesta. Menos simpática sí, pero sospecho que más frontal. El silencio, a veces, es una variante del ajá, ok, y tanta basura tecnológica.
ResponderEliminarDespués de una salida no tan exitosa, V. esperaba la respuesta del muchacho. Por supuesto, el mail original no decía quiero verte de nuevo, me gustás, estuve medio tonta, sino que recorría alguna tangente intelectualoide. La respuesta no llegaba. El sábado siguiente, en ronda de mates, se puso el tema en discusión: que quizás no había tenido tiempo, que no lo había recibido (¡!); la más esperanzada arriesgó que el muchacho quizás no sabía que responder, que podía estar confundido.
A veces, como en una llamada por cobrar, debemos admitir la recepción del mensaje.
Jéssica
Perdón,
ResponderEliminarque el muchacho no sabía quÉ responder
La falta de tilde está detonando mi neurosis matutina...
A veces hay que aceptar que una no respuesta, es una respuesta.
ResponderEliminarLo es.
Es cobarde respuesta, pero bien contundente.