jueves, 19 de agosto de 2010

No debo perderme en el bosque


Hace calor en Bogotá y tengo muchas ganas de mojarme el pelo totalmente. Lo hice una vez cuando tenía cinco años. En ese entonces estudiaba en un colegio de monjas y cualquier acto voluntario era mal visto. El impulso superó toda advertencia. Me metí al baño, abrí la canilla y sumergí la cabeza en el lavamanos. Recuerdo que entró la monja y me vio así. Habrá pensado que mi gesto era cosa del demonio. Me dio varios golpes con la regla de madera y me dejó con los brazos abiertos, como un cristo fallido, durante el resto de la tarde. Meses después tuve que disfrazarme de virgen maría para una presentación. Me cambié y luego salí a recoger flores de manzanilla al jardín. Buscando babosas y dientes de león me perdí en el bosque de eucaliptos de la escuela. Nunca llegué a la presentación y fui castigada esta vez con la tarea de escribir (quinientas veces) no debo perderme en el bosque.
Andrea

2 comentarios:

  1. Este hermoso relato me hace pensar en historias medievales, en la inquisición, en la España de Franco gobernada por militares y conventos de clausura. Con tu texto, Andrea, es como si dijeras a cada instante debo perderme en el bosque. Quinientas veces hay que perderse para poder respirar.
    Ludmila

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  2. perderse en el bosque, quien puede pensar que eso esta mal? quizas se vea de esta manera, porque son pocos quienes lo hacen.

    O.

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