Haber vivido en Colombia disminuyó mi capacidad de asombro. Crecí con la imagen de siete hombres baleados rodeados por charcos de sangre. Más tarde ese recuerdo fue reemplazado por una sucesión infinita de cuerpos amputados, calcinados, torturados. Hasta que llegué al vacío que dejan los más de 30 mil desaparecidos que abonan el suelo fértil de la patria. Hace tiempo que en mi país la vida dejó de ser sagrada. No es casual que la propuesta de uno de los candidatos a la presidencia consista en reestablecer el tabú originario. No matarás. ¿Quién podría oponerse a ese principio? Sin embargo el verdadero sucesor del actual presidente encarna una visión distinta de las cosas. Él está dispuesto (como Caín) a matar a su hermano. El fin justifica los medios. En Colombia se viven días bíblicos. Es tiempo de diluvios, orgías, vallenatos y hecatombes.
Andrea
Triste pero certero tu perfil de Colombia, Andrea. Ojalá se abra una puerta a la esperanza en esa castigada tierra.
ResponderEliminarFrancisco
Como dice Andrea, en estos momentos se vive un clima de frenesí, de euforia porque un teatrero vestido de zanahoria se lanzó a la presidencia. Entonces las urnas seguramente se llenarán de jóvenes universitarios, respetabilísimos y muy bien informados, que votan porque está de moda en facebook seguir a quien se bajó los pantalones. “Es que ése es el que necesitamos, un tipo diferente”. Para mí- a sabiendas que voy a recibir críticas- el voto no es una obligación sino un derecho. Y si no hay nadie por quien votar sencillamente no voto. Y esta vez daré un paso a mi costado y dejaré a la embestida irse sola hacia el barranco. Una persona no cambia nada, y menos en un país como Colombia. Está más que demostrado que las buenas intenciones se desasen como se desase el viento en las manos de un manco. Los mesías no existen, si no hay un plan de gobierno sólido, que tenga poder tanto legislativo como ejecutivo, no va a servir de nada. Cambiaremos al miquito que se muestra y es el símbolo, pero tras el miquito quedarán los mismos que hace 10 o 20 años están sentados mamando de la teta pública. Quede uno o quede el otro, va a seguir exactamente igual a siempre.
ResponderEliminarSer colombiano es un acto de fe. No me refiero al hecho de haber nacido en allí, ni mucho menos a la situación dantesca de vivir en dicho territorio, sino al de ser colombiano de verdad. Debo decir que no me inspira nada el nobel de García Márquez ni la fama de Botero. Tampoco llego a ofenderme cuando me hablan de Escobar. Más allá de un pedazo de tierra o de un símbolo que vuelve a tomar vida cuando hay partidos de fútbol, el país se lleva en nuestra forma de ser, en lo que pensamos, en la herencia cultural con la que, bien o mal, nos educaron.
No se nada sobre Colombia. Solamente duele.
ResponderEliminarNo puedo menos que compartir tu sombría ironía sobre nuestra tierra, Andrea. Soy colombiano, vivo en Cundinamarca y siento lo mismo que tú. Escribes profundo y lo agradezco. Temo el advenimiento de Santos como una gran amenaza para nuestro futuro inmediato.
ResponderEliminarRuiz D. Sánchez
Entiendo la resignación como una forma fácil por superar de antemano la desilución. Carlos.
ResponderEliminarDías bíblicos, es cierto. Sé que a muchas personas ajenas al conflicto colombiano se les hace difícil creer la podredumbre que rodea nuestra historia. Este país duele con más frecuencia de la que entusiasma. Pero a muchos nos queda una opción de esperanza. No me resigno y no voy a aceptar esa pestilencia. Nunca.
Que oportuno Andrea, excelente post. Un abrazo.