A la mañana dio la vuelta y se alejó llorando. Nos dirigíamos a mi casa cuando tomó la imprevista decisión. Cruzó anchas y desiertas avenidas bajo un cielo especialmente oscuro. Corrí tras ella siguiendo sus pasos resueltos y la convencí de que frenara. Lo hizo pero sin dejar de llorar y reprocharme por algo que le había dicho. Caminamos en silencio unas veinte o treinta cuadras. Ya en casa vimos televisión, leímos un poco, y, a eso de las siete, le recordé la salida que habíamos programado. Mientras viajábamos pensé que nada funcionaría, que una vez en el lugar iba a pedirme que la lleve de regreso, que volvería a llorar y a quejarse de tal y cual cosa. Lo que pasó luego fue por lo menos extraño. Abrazada a mí o tomando distancia ella saltó, bailó al ritmo de los tambores, se rió de una mujer de pechos enormes que arrastraba a un borracho y hasta acompañó con voz débil pero entusiasta una canción que escuchamos al final. El tema fue un clásico hace años y se llama o se llamaba Sobreviviendo. Consideré que ese día los dos habíamos sobrevivido a algo que nos agobiaba. Y que si aún estábamos juntos se debía a la misma causa. Ojalá nuestro amor resista a la oscuridad del cielo y de los días. Esto último lo pensé minutos antes de dormir.
L.
cuando leo tus brillantes relatos, luis, nunca sé si de verdad te ocurrieron o son puras invenciones, pero al final qué importa, no?
ResponderEliminarMire Maestro, si es ficción es muy bueno y si es cierto tienen que evitar la cocina.
ResponderEliminardespúes de esos días y noches,bendita la mañana siguiente,es como mirar un nuevo mar...desde el baño.Coincido con Miquel,evitar la cocina,
ResponderEliminarMaria Rosa