Aislarse y pensar mucho puede llevar al desastre. Bastaría recordar lo que pasó con Martin Heidegger (1889-1976) el filósofo más influyente del siglo XX. Su pregunta por el ser lo llevó al mito platónico de la caverna y a continuación creyó ver una revolución metafísica en el nazismo. El pensador sensible, el enemigo de la técnica, el amante secreto de Hanna Arendt, el hombre que leía a los presocráticos y rechazó el ideario cartesiano, elevó el brazo derecho para saludar la cruz gamada mientras en Auschwitz morían millones de hombres, mujeres y niños en cámaras de gas. Después se hundió en un profundo silencio que aún hoy es motivo de discusión. A la luz de esta experiencia quizás convenga ensuciar el pensamiento. Pensar junto a otros. Analizar socialmente las consecuencias de una idea. Las palabras (dijo Santa Teresa hace 350 años) llevan a las acciones y conducen el alma hacia la ternura. Al hacer de Hitler su ídolo mayor Heidegger no quiso o no supo ensuciar con afecto las ideas. Los teólogos abominan del pensamiento impuro. Lo asocian al pecado de la carne y predican la higiene como forma del amor a dios. Eso no impide a altos prelados de la iglesia abusar sexualmente de monaguillos y seminaristas. La abstinencia es peligrosa. Heidegger debió pensar con la cabeza en el cielo y los pies en la tierra. La razón pura (llevada al extremo) engendra monstruos.
L.
La verdadera pureza anida en la impureza. Lo sucio a veces resulta ser lo más limpio. Buen post y reflexión. No conocía a ese filósofo.
ResponderEliminarMika
La filosofía de este siglo y del pasado, el nazismo y el estalinismo, se nutren de la razón pura, del estar ahí, de una vida sin esencia volcada a la razón práctica, es decir, criminal. Esa filosofía se basa en la negación asesina del otro para afirmar lo propio. Estados Unidos no está muy lejos de esa postura. Muchos gobiernos la aplican. En fin. Estamos en el horno. Estoy de acuerdo en mezclar y humanizar un poco las ideas. Estoy de acuerdo con el post.
ResponderEliminarMauro