Ana es más alta que un jugador de basket. Trabaja para el gobierno de la ciudad, cumplió treinta el mes pasado, vive sola y usa unas camisetas de hombre que no pasan desapercibidas para el observador atento. Eran las cinco o seis de la mañana del sábado (ella dormía) cuando sonó el celular. Del otro lado hablaba su novio con vos entrecortada. Siempre arruino todo, decía. El chico estaba borracho. Ana le dijo que tomara un taxi y que lo esperaría en la puerta. Se vistió rápido y caminó varias cuadras guiándose por los llamados donde solo escuchaba una única frase. Siempre arruino todo. Finalmente lo encontró en pleno extravío y lo llevó a su cuarto después de dejarlo vomitar a gusto en el baño. Le quitó la ropa y hasta le bajó el slip negro por las piernas bien torneadas. Era algo que la excitaba en otros tiempos. Aún en el estado de desastre en que se hallaba el joven le guiñaba un ojo y la convidaba a hacer algo que, a la vista del sexo amortiguado por el alcohol, no estaba en condiciones de sostener. Al rato el chico se quedó totalmente dormido. Casi sin querer Ana miró el celular del novio y leyó el nombre de una tal Cynthia al pie de una llamada. Unió el dato a la frase escuchada (siempre arruino todo) y sospechó. A la mañana siguiente se levantó y puso música a todo volumen. Sonaba tan fuerte que una vecina protestó. El joven también se molestó y no pudo volver a dormir. Ella duplicó la apuesta. Enchufó el secador de pelo cuya vibración parecía la de un motor de cien caballos. Hice todo el ruido posible, cuenta Ana. El chico se levantó enojado, se vistió y se fue. En la alfombra quedó el slip negro como un recuerdo de esos que Ana quisiera borrar de su cabeza. Hasta me tragaría un litro de lavandina, dijo un poco antes de viajar al centro.
L.
L.
el comportamiento de los hombres es, demás de básico, totalmente infantil. si no fuera que los necesitàramos tanto...
ResponderEliminarcabiria