Una sociedad se define no sólo por lo que crea sino también por lo que decide destruir. Cuando se habla de esto en ambientes progresistas se oyen risas irónicas y perdonavidas. Ocuparse hoy del cambio climático, del destino de nuestros bosques nativos y glaciares o del crimen a cielo abierto que cometen las mineras, es visto como un infantilismo ingenuo. Eso explica que gobiernos autodenominados de izquierda como los de Brasil, Uruguay y Argentina desprecien el cuidado del medioambiente. El Brasil de Lula acepta las queimadas terratenientes en la Amazonia. El Uruguay del Frente Amplio instala ante nuestras costas papeleras que envenenan el agua y el paisaje. Cristina Kirchner permite que los glaciares sean cortados en pedacitos y que la empresa canadiense Barrick Gold arrase con la salud de Abra Pampa, Purmamarca y Tilcara entre otras poblaciones elegidas. Los que piensan distinto son acorralados con la falsa alternativa de ecología o desarrollo. El automóvil contaminante es rey en las ciudades colapsadas. Los peatones y cliclistas somos enemigos a combatir. El mundo de izquierda o de derecha resolvió suicidarse sin pensar en su futuro. Los pobres supuestamente para sobrevivir y los ricos porque se creen a salvo. Estos deberían pensarlo mejor. Todos estamos embarcados en el Titanic.
También los que viajan en primera y en segunda clase.
L.
L.
y obama, más allá de sus enojos altisonantes, tiene que hacerse cargo ahora del golfo de méxico, una de las mayores tragedias ecológicas del último tiempo.
ResponderEliminarléo