Desde hace dos meses decidí perder mi celular. O lo apagué sin darme cuenta y se perdió. No estoy seguro. Por la razón que sea descubrí que vivir sin celular es posible. No tuve hasta hoy problemas de comunicación. Al contrario. Recién ahora hablo con gente. Lo hago personalmente y no mediante llamados o mensajes de texto. Si necesito decir algo a alguien se lo digo y listo. Cuando viajo en tren o colectivo miro por la ventana y no por la pantalla. Ahora puedo pensar, escribir, leer, dormir y viajar sin interrupciones. Insisto. Vivir sin celular no sólo es posible sino también deseable. Sé que mi caso no refleja la tendencia. Hay 4.600 millones de teléfonos móviles en el mundo. Según una encuesta preparada por Mobile World la cifra supera a la mitad de la población del planeta. Se adquieren alrededor de mil nuevas líneas por minuto. Un 65 por ciento de los celulares elaborados próximamente serán vendidos en las regiones más pobres de la tierra. Las ventas en la Argentina con destino a chicos de 6 a 11 años creció ocho veces en el último tiempo. Telefónica de España se dispone a lanzar una línea de móviles con sólo cuatro letras para niños que aún no leen. Estos datos confirman que mi decisión de perder o abandonar el celular es la gota más inútil del tsunami que inunda (y ahoga) al mundo.
L.
L.
Cuando digo que no tengo celular, la gente me mira como quien mira un marciano violeta. Temo algún día ser arrestado por carecer de este adminículo, como le ocurrió a algún personaje de algún cuento de Ray Bradbury.
ResponderEliminaruy! qué tentación la de tirar el mio aunque confieso; me da miedoooooo...chan!
ResponderEliminarQué linda esa gota inútil!
ResponderEliminarEso sí que es antihegemónico.
Hay que dejar de informarnos por los dispositivos y empezar a comunicarnos de una vuena ves.