La virtud de concentrarse en algo se vuelve enfermedad en el exceso. La supuesta salud que prometen los gimnasios puede convertirnos en robots. La personalidad compulsiva tiende a la rigidez, al orden patológico, a un control de la vida casi policial. Y así con todo lo demás. La pasión amorosa degenera en celos, desesperación, intrigas, crueldad disfrazada de afecto. La obsesión por el trabajo esconde (en la mayoría de los casos) el deseo reprimido de no volver a casa. O también el miedo a enfrentar el inevitable vacío que instaura el solo hecho de existir. En Japón se producen noventa suicidios diarios (unos 35 mil por año) al parecer relacionados con la adicción al trabajo y el temor ante un futuro incierto. Los adictos a cualquier cosa (neuróticos obsesivos para la jerga psicoanalítica) pierden hasta el deseo sexual. Se resisten a todo aquello que los aleje de la idea que les come la cabeza. Si lloras de noche porque te falta el sol (dice un proverbio español) no vas a disfrutar de la luz de las estrellas. Concentrarse en algo es muy sano. Pero mucho es demasiado. El punto es la mezcla.
L.
es gracioso...acabo de leer el posteo favorable a la obsesión...estaba por tirar la bronca y ahora encuentro acá la contrapartida...me parece buen sistema...a favor...en contra...en esa tensión quizás encontremos el camino. felicitaciones por el blog. me gustan sus oscilaciones.
ResponderEliminarluli
Coincido con lo que dice este post. El punto es la mezcla. Tanto la obsesión como la falta de espíritu son condiciones altamente perjudiciales.
ResponderEliminarSin embargo, creo que la obsesión de la que se habla en un post anterior no tiene que ver con el exceso como forma de evadir las angustias de la vida sino, por el contrario, con la persistencia en el deseo como forma de sentir la vida.
Gracias por este maravilloso blog.
Alejandra Ferrer