Y de pronto apagar máquinas, luces, gritos, órdenes, llantos. Dejarse estar como los gatos y las plantas. Renunciar a los objetivos, a los proyectos, a las sirenas de hospital. Dejar de ser para los otros. O dibujar una burbuja de silencio en el desierto de los ruidos. Observar hacia fuera y hacia adentro. Frenar la carrera. Ya ni siquiera desear. Detenerse en el tiempo y el espacio como los cangrejos. Percianas bajas. Ningún pensamiento. La nada. Maldición. Alguien llama. Algo suena en el mundo. Parece una orden que no es posible desobedecer. Hay que volver a encender máquinas, luces y llantos. Y esperar de nuevo la hora del eclipse.
L.
...quién pudiera...quién...
ResponderEliminarM.
Lo entiendo con el alma... Gracias por verbalizarlo.
ResponderEliminar