Una noche se cortó la luz en la oficina donde trabajaba el poeta portugués Fernando Pessoa. El episodio ocurrió en una zona alejada y sombría de la ciudad de Lisboa. El hombre (célebre por su declarada renuncia al contacto de los cuerpos) fue a buscar una lámpara de petróleo, la encendió y la puso encima del escritorio. En la oficina quedaban él y una mujer (Ophelia) quien desde hace tiempo le atraía. Un poco antes le había enviado un papelito donde escribió una frase muy breve. Le ruego que se quede. Ella permaneció expectante. Estaba de pie, poniéndose el saco, cuando él entró sin avisar en su despacho. La mujer amagó con retirarse precipitadamente. Pessoa se levantó, con la lámpara aún en la mano, a fin de acompañarla hasta la puerta. De repente la empujó contra la pared, la tomó fuertemente de la cintura, la abrazó y, sin decir palabra, la besó en la boca con desesperación. El que cantó himnos en medio del gallinero, el que fue hierbas sin ser percibido siquiera por un caminante casual, recordó por fin que tenía cuerpo y sudor de hombre. Y hasta unas lágrimas sucias que (como las que caen a veces de la ropa colgada) no acaban nunca de secar.
L.
y bueh..se ve que el tipo no aguantó más...algo parecido debe pasarle a los curas...
ResponderEliminarE.
Cuántas veces nos pasa a nosotros y no nos animamos a tomar la iniciativa, por h o por b.
ResponderEliminarHay que animarse. Ese momento es una gloria, es sentirse vivo, humano. Mortal.
¡Fuertemente de la cintura! ¡amén!
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