Hombres y mujeres inician relaciones de pareja sabiendo que tal o cual detalle del otro no encaja en lo esperado. Le falta humor, fuma porro todo el día, es infiel, escucha Radio 10, no leyó a Cortázar, se viste mal, es torpe en la cama, no lava ni su ropa interior, etcétera. Unos y otros (pese a todo) confían en que podrán modificar algo de todo eso. O quizás todo. La voluntad de influir es grande y la paciencia (casi) infinita. Pronto se comprueba que el esfuerzo es inútil. Si el compañero de viaje no toma las riendas de su destino nadie lo hará por él. Entender esto es fundamental para cualquier vínculo. También el familiar. Una persona aprende a ser cualquier cosa menos lo que no es. Habrá que resignarse. No podemos cambiar a nadie y resulta imposible ayudar al que no se ayuda. Hay algo más. Si la otra persona evoluciona según lo planeado, ¿seguiremos amándola? ¿Y a nosotros quién nos cambia?
L.
No sólo es cierto lo que dice el post. Saber que las cosas son así permite que uno pueda relajarse y dedicarse a los proyectos personales que son y deben ser lo fundamental para cada uno. Cambiar al otro, además, es un acto que además de inútil resulta pretencioso. Ninguna pareja (además) se salva mediante esas ridículas tareas de "salvación" mesiánica.
ResponderEliminarEmiliano S.
Tiene razón Maestro, no se puede cambiar a nadie. Que tanto.
ResponderEliminarA veces nos escudamos en que el otro debe cambiar para no ver las responsabilidades propias en ese sentido...
ResponderEliminarMili
Buen post. El cambio es de cada uno.
ResponderEliminarM.
yo sin embargo creo que entre dos puede lograrse una transformación, ¿por qué tanto individualismo?
ResponderEliminarMauro
es en vano intentar cambiar a alguien, si no lo asumimos como es, estamos en problemas, lo digo por experiencia personal.
ResponderEliminarY sí, dejaremos de amarlo y a nosotros no nos cambia nadie más que nosotros mismos.